lunes, 22 de febrero de 2010

La predicación puede evaporar a Dios


La marea del racionalismo del siglo XVIII y XIX nos trajo un nuevo problema teológico. La desconfianza en las fuentes del cristianismo y la paulatina sustitución de lo religioso por la razón. Franceses y alemanes dijeron que la idea de múltiples autores y variedad de editores de la Biblia echaba por tierra lo que ella afirmaba sobre la paternidad literaria de sus libros. Las universidades europeas adoptaron esa desconfianza, y muchos teólogos dijeron que quizá era hora de buscar, ya no en la religión sino en la cultura, y encontrar, ya no a Dios sino al hombre.  
La predicación en ese contexto se volvió “andar a tientas”. El lenguaje se hizo sospechoso y esa actitud estimó que  no se podía confiar en el realismo del discurso bíblico como se le conoce en la vida diaria. Todos somos realistas, en tanto creemos en un objeto porque lo vemos. No desconfiamos de nuestros sentidos porque la realidad es como un texto abierto en el cual leemos objetos, relaciones y realidades. Pero, cuando se desconfía del lenguaje y del texto sagrado, la Biblia se convierte en un discurso evocativo del más allá sin estar claros si más allá hay alguien a quien evocar.
Pero aun se acercan cientos de jóvenes para ser entrenados en las disciplinas teológicas. Muchos de ellos se gradúan abrazados al racionalismo que aprendieron de sus maestros. Uno de ellos fue el joven pastor de Safenwil, suiza. Había aprendido de sus maestros, de finales del siglo XIX, que la religión no era más que la hermandad de todos los hombres y la paternidad universal de Dios.  Sin embargo, ese joven vio consternado, como sus profesores apoyaban con su firma la declaratoria de guerra de Alemania contra sus enemigos, al tiempo que las bombas caían en Francia y Alemania. ¿Amor y hermandad? Ese joven pastor se llamaba Karl Barth.
Su profundo desanimo con esa teología, le llevó a plantearse un retorno a la fe más sencilla del Nuevo Testamento. Predicó el libro de Romanos a su congregación y luego escribió un comentario que se convirtió en una bomba, esta vez teológica, que inició todo un programa de crítica al viejo liberalismo o racionalismo alemán y constituyó un retorno a la Biblia y a la fe.
Pero Barth no se conoce en todos lados ni se le respeta en todas partes. Muchos graduados siguen pensando que la predicación es evocación de imágenes que quien sabe si conectan con alguna realidad superior. La actitud dice que el lenguaje aplicado a las órdenes, fines y relaciones cotidianas es confiable. Pero, al pasar a la Biblia la actitud cambia. Las órdenes, fines y relaciones que leemos en ella no pueden tomarse en sentido realista. Deben tomarse en sentido figurado, y equivalen al “wishfull thinking” o aún, a soñar despiertos.
A menudo se pasa por alto que la Biblia pretende que la realidad nuestra sea una continuidad de la suya. El lenguaje en el que habla puede ser sometido a la interpretación gramático histórico. De modo que, antes de saltar a la idea de que todo lenguaje es figurado, y que no comunica proposicionalmente, debemos estudiar el uso de los vocablos bíblicos en su contexto, interpretar las figuras del lenguaje y su significado, sin evadir la textura del idioma.
Saltar, con simplismo, a decir que las figuras y la textura del idioma deben tomarse equívocamente y que significan cualquier cosa, es afirmar que Dios en la Biblia no esta revelándose sino escondiéndose. Predicar, entonces, termina por evaporar a Dios, en vez de darlo a conocer. El diálogo con Dios desaparece y se convierte en buenos deseos y buena voluntad para con el prójimo. Ese “agnosticismo homilético”, lejos de la tradición profética, termina por hacerse eco irónico del salmo 14: dice el necio en su corazón “no hay Dios”.

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