jueves, 4 de febrero de 2010

Dales un mendrugo, no un trigal


El predicador principiante tiende a decir todo lo que sabe de una sola sentada. Toda la doctrina, todos los argumentos sobre esto o aquello. Es señal de poca experiencia en el púlpito insistir en que no se debe diluir el mensaje. Casi arrogarse el derecho a complicarles la vida a los demás.  Yo he predicado algunos mensajes en los cuales he sentido que no he facilitado la comprensión de la verdad.
Esto empieza por la cantidad de versículos que se desea predicar. Antes, mis mensajes tenían más versículos que ahora. Conforme pasa el tiempo, me convenzo que es más importante que las personas entiendan las implicaciones prácticas de una verdad, en vez de que entiendan las dimensiones teóricas de toda la verdad. Por eso, es necesario ser selectivo y apretar mas aunque se abarque menos.
También, es importante usar bien el tiempo en el pulpito. Quien tiene 20 minutos para predicar y pasa el 17 minutos de su tiempo en el primer punto, tendrá que ser más selectivo. Obviamente, dijo mucho del primer punto y no tendrá tiempo para cubrir lo que falta. Es decir, habrá quedado una parte importante de la explicación del mensaje, fuera de la presentación.
Eso nos sugiere otro aspecto, debemos planear adecuadamente el mensaje. Eso significa que debemos seleccionar que queremos decir. La pregunta del millón es que quiero yo que la gente recuerde y haga mañana lunes. Eso me obliga a seleccionar mi material y a presentarlo de manera que haga el impacto planeado. No es la información la que convierte. Es la predicación responsable, que se traduce a algo de conocimiento, algo en qué confiar y algo que obedecer.
Además, se puede vivir sin responder todas las preguntas hoy. Parte de la inexperiencia es querer responder todas las preguntas. La gente no morirá si no oye todos los argumentos de los hijos de Dios o los hijos de los hombres en Génesis 6. No podremos tocar todos los argumentos de que significa “marido de una sola mujer”. Lo mejor es optar por una de las soluciones al pasaje y dar dos o tres argumentos y seguir con la exposición-aplicación del texto.
También, es importante mantener la tensión al predicar, entre explicar y aplicar. Tiene mayor éxito el predicador que aplica que el que explica. Pero evidencia mayor responsabilidad el que hace ambas cosas. El predicador busca acercar el mensaje a las elecciones diarias y a la experiencia vital del creyente. Por eso ni se dedica solo a la teoría ni se dedica solo a derramar su existencia en exhortaciones. Su tarea es exponer y aplicar el texto.
Finalmente, no tenemos derecho a aburrir a la gente con la teoría o con la explicación encumbrada de algo. La sencillez incluye el que sólo decimos, lo  que decimos, cuando debemos decirlo. Abrumar a la personas con los datos que en este momento no necesita oír es dar mas que un pedazo de pan. El predicar da a su rebaño un mendrugo que sienta bien, en vez de un trigal que nada aprovecha a la congregación.
En suma, determinamos la extensión del pasaje, adecuamos nuestro tiempo al texto, planeamos adecuadamente el mensaje, no sufrimos si no podemos responder todas las preguntas, mantenemos la tensión entre predicar y aplicar y damos a la gente un pedazo de pan en vez de un trigal de complejidades.

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