sábado, 9 de enero de 2010

Predicando en la edad postmoderna


Europa nos lleva siglos de adelanto poniendo a prueba sus ideologías. Por ejemplo, el racionalismo que produjo un exceso de confianza en si mismos: la verdad proviene de mi interior. Luego la revolución científica y tecnológica: la verdad pasa por los sentidos, cifrada en lenguaje matemático. Después vino el marxismo, la verdad del mundo se haya en su materialidad y la de la sociedad, en la socialización de los medios de producción. En cada uno de estos puntos Europa ha fracasado, si bien algo ha quedado de sus experimentos.
El racionalismo desembocó en revoluciones sangrientas y la ilustración en el orgullo nacionalista que produjo las guerras mundiales. Los fracasos viajan en centurias y el marxismo fracasó en el siglo XX. Hoy Europa busca la respuesta a todo lo que no consiguió ayer, en la unidad del gobierno desde Bruselas. La búsqueda de Europa hoy, fracasará en el siglo XXI. Se anuncia en razones demográficas, puerto que crecen al 0.75% anual, menos del 1.5% mínimo requerido, y, por ello, son una especie en vías de extinción, que será suplida por africanos, indios y árabes.
¿En que puede creer el hombre cuando ya no cree en nada?  Esa fue la cuestión de Descartes, de August Comte, del club de los “doctores” de Bon, del positivismo lógico, etc. Según G. K. Chesterton, “cuando el hombre escoge no creer en Dios, cree en cualquier cosa”. Lo vi en Europa hace 20 años. La gente no creía en la Biblia, pero si en las profecías de Nostradamus. Creía en los periódicos pero no en la Biblia. Iban a las Iglesias pero sólo les apasiona el Foot Ball.

Cuando no se puede confiar en nada más, se cree en Dios y se abraza uno a el de todo corazón.  Cuando se ha probado todo, como lo han hecho los europeos, existe la posibilidad de que el fracaso nos prepare mejor para buscar a Dios. Esa fue la experiencia de Israel en el Antiguo Testamento.
¿Cómo le predica la Iglesia a una congregación así? En la interface de las edades, los expertos del crecimiento, en Estados Unidos, sugieren adecuarse a las demandas de la actualidad. Hay alguna base bíblica para esto, si se entiende bien el ejemplo de Pablo. El asegura que llegó lo mas cerca al relativismo de su día, con tal que la gente entendiera el evangelio: a unos por la ley, a otros sin la ley, pero estando el en terreno seguro, "bajo la ley de Cristo", “para ver si de todos modos salvo a alguno”. Ese es el meollo, lo que hagamos debe tener muy claro “qué” es el evangelio y qué lugar ocupa el Cristo en quien la gente ha de creer.
El gran descubrimiento homilético es predicar en historias, la narrativa. Por supuesto, si el 70 porciento de la Biblia es narrativa, no es una novedad. La novedad es convertir nuestra comunicación en historias, en parábolas y en diálogos, métodos todos usados en la evangelización ya en el primer siglo. Al estudiar la predicación, nos damos cuenta, tras voltear la última piedra, que “no hay nada nuevo bajo el sol”. Eso si, la tensión sigue ahí: ni podemos negociar “qué” decimos, ni podemos olvidarnos que todo depende de “cómo” lo decimos. 

Es bíblico coincidir con la pasión de Pablo: queremos salvar a todos; pero creer y obedecer tienen un costo, y no siempre se traducen a un movimiento de masas. La manada pequeña, el remanente y el resto santo, en la Biblia, suelen referirse a otra parte de esta ecuación: que la puerta es estrecha; que pocos son los escogidos, que es posible tener cegado el entendimiento. Predicamos para ganar a todos, pero sin bajar la marca. En el momento que diluimos el “que” (del mensaje), para satisfacer a todos, el Evangelio dejó de ser desafío, y se hace parte del mercado de las ideologías, es mas de lo mismo, es eso que no salva.

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