lunes, 25 de enero de 2010

Se puede ser bíblico y ser actual


Muchas veces, lo que se entiende por predicación bíblica, esa que enseñan en el seminario o escuela bíblica, es un desborde de datos que refleja el mundo de tierras lejanas y del pasado remoto. Obviamente, nos quedamos predicando en el aula del instituto bíblico o del seminario, sin siquiera llegar a la capilla o al devocional. Por eso, hay cumplidos que deberían sonar a insultos a cualquier predicador. Por ejemplo, "que bonito habla", "que persona tan informada".
Hay otro extremo igualmente peligroso, el efectismo. Consiste en decir frases chispeantes, paradojas, o ideas recién prestadas de alguien, sólo por el mero hecho de captar la atención, sin ningún contenido bíblico.  Supongo que, como en el caso del humor, el efectismo sólo es válido si sirve a la explicación del texto. Si, más bien atrae la atención sobre el predicador, es pura vanidad. Por eso, debería tornarse en insulto al predicador que se diga "que buenos chistes cuenta", "que gracioso es".
En el primer caso, el predicador recibe 10 en conocimiento bíblico, pero los comentarios reflejan cualquier  cosa, menos que la Palabra de Dios afectó seriamente la vida del oyente. En el segundo caso, el predicador recibe 10 en capacidad teatral, pero los comentarios sugieren que, probablemente, la Palabra de Dios no recibió un adecuado tratamiento en el mensaje. 
Los buenos sermones son bíblicos. En primer término, el mensaje no debe solo tener un barniz de biblia, sino el esqueleto mismo debe ser bíblico. El sermón debe estar adherido a la Biblia y su forma y contenido debe estar fundado en las Escrituras. Eso quiere decir que predicamos un pensamiento bíblico, cuyo desarrollo se representa en proposiciones que reflejan en su andamiaje, el argumento del autor. 
La tentación del predicador, al ser bíblico, es que el sermón trate de tierras lejanas y del pasado remoto. Con juicios de valor contra Caín por no hacer sacrificios, o contra Siba por engañar a David y traicionar a Mefiboset, o contra Pedro por judaizar, sin llegar al significado de eso para el creyente hoy. Hoy, eso mismo equivale a hacer del progreso espiritual de mi hermano motivo de discordia; o del manipulador, el trepador que destruye a otros con tal de avanzar; o el “políticamente correcto,” que calla lo que cree, para no escandalizar al prójimo.
El buen sermón mantiene en  mente esa tensión. No se puede negociar “qué” decimos, pero tampoco se puede olvidar “a quién” se lo decimos.  En cierto sentido, no predicamos sólo la Biblia, predicamos las tensiones y dificultades de los personajes bíblicos al actuar, creer, pensar y decidir. En otras palabras, predicar no es sólo ayudar a la gente a comprender la Biblia, es ayudar a la gente a entender cómo la Biblia se relaciona con ellos.
Los predicadores que se dicen “expositivos”, pueden carecer de rigor al no preguntar cuál es el rol de este texto en el argumento del libro bìblico. Pero, de igual manera, pueden no preguntar cuál es el propósito de este mensaje para la vida de los oyentes. Pertinencia es decirle a la gente por qué esto es importante en su vida. Mostrar la eficacia, más que decirla. En otras palabras, decirle cómo funciona esa verdad bíblica en su vida: en la casa, el trabajo y en la escuela. Es hablar al oyente sobre el oyente.
Los predicadores serios tratan de mantener el equilibrio entre el texto y la gente que oye. El sermón debe contener la esencia bíblica y la pertinencia contemporánea, y esa es tarea difícil para el predicador. No hablar de si mismo, sino de los oyentes, de sus luchas,  pero en términos bíblicos.

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