lunes, 26 de julio de 2010

El estudio de la Biblia en la predicación

La Biblia es a la predicación lo que el aire a los pulmones. Un sermón sin Biblia es un mensaje asfixiado. Con razón dice el salmista “mi boca abrí y suspiré, porque deseaba tus mandamientos”, a la vez que dice “la exposición de tus palabras alumbra y hace entender a los simples” (Sal. 119:130-131). Predicamos “Porque los labios del sacerdotes han de guardar la sabiduría, y de su boca el pueblo buscará la ley; porque mensajero es de Jehová (Malaquías 2:7). ¿Cómo definimos los términos del estudio bíblico?


Estudiamos la Biblia, exegéticamente. Exegesis es un término técnico cuya raíz sugiere que tomamos algo de una fuente para darlo a conocer. Es sinónimo de exponer y explicar, como cuando se dice de Jesús que el es la “exegesis” del padre (Jn.1:18), en tanto el “le ha dado a conocer”. Esta definición predispone al intérprete en el sentido de que viene al texto a buscar su contenido, a extraer el mensaje, y no a practicar juegos lingüísticos.

Es claro que las técnicas interpretativas son importantes. Por eso sugerimos leer el pasaje en varias versiones. Así mismo, se ha de tomar nota de personajes, lugares, descripciones y de las comparaciones, expresadas: “de la misma manera”, “así mismo”, “como”, “también”. Note los eventos y circunstancias que plantean las acciones, vea los mandamientos y argumentos del texto. Hemos de tomar nota también de verbos, palabras o temas que se repiten o destacan. Además un pasaje tiene ciertas conexiones lógicas, expresadas en adverbios de tiempo, como “antes” y “después”; el pensamiento llega a conclusiones con vocablos como “por tanto”, “por esta causa”.

Hágale preguntas a la narración o argumento del texto. Por ejemplo: ¿Qué dice? ¿Quién lo dice? ¿Dónde lo dice? ¿Cuándo lo dice? ¿Por qué lo dice? En fin, estas son algunas de las formas en las que tomamos las ideas del texto que luego jerarquizamos y explicamos. La hermenéutica o interpretación de la Biblia significa averiguar su significado. Esa tarea es anterior a la homilética, ya que sin un significado para compartir, prácticamente no tenemos mensaje.


Estudiamos la Biblia, literariamente. Las técnicas de interpretación suponen una actitud hacia el lenguaje. El lenguaje tiene un uso literal que el contexto distingue del lenguaje figurado. Las figuras del lenguaje son parte de toda comunicación pero decidir qué es figurado y qué es literal no es competencia exclusiva del lector. Es el autor quien asume en su comunicación si lo que nos dice debe tomarse figuradamente. Por ejemplo, cuando señala a uno o varios personajes concretos, a un lugar específico, a unidades de tiempos identificables, como días, semanas u horas. Estas ideas, todas o algunas de ellas, sugieren que el autor no esta hablando poéticamente sino literal o históricamente. Cuando el uso literal de un vocablo no cabe en el sentido normal del pasaje, su uso probablemente sea figurado.


Estudiamos la Biblia gramaticalmente. Es claro que también es importante estudiar la gramática castellana como parte de la interpretación. Estudiamos los usos de las palabras en su contexto y los diferentes accidentes gramaticales. No es lo mismo una frase que la raíz de una palabra, es importante conocer una figura del lenguaje o identificar una preposición. Distinguirlas es tarea de la gramática.


Finalmente, estudiamos la Biblia, sintácticamente. La sintaxis es la relación que guardan unas palabras con otras. Si esta palabra es un sustantivo qué uso tiene ¿es sujeto, objeto directo u objeto indirecto? Si aquella es preposición o esta es un verbo, qué papel juegan? La relación entre palabras, frases y oraciones se estudia por medio de la sintaxis.


Hay quienes quieren la emoción de “proclamar” sin el enorme placer de “entender” la Biblia primero. Eso equivale a disfrutar la adrenalina de conducir un auto de carrera con los ojos vendados. Para despojarse de esa venda, el predicador acude a la exegesis, al aprecio por el lenguaje, a la sintaxis y a la gramática, a fin de decir con el salmista: “Hablaré de tus testimonios delante de los reyes y no me avergonzaré” (Sal. 119:46).

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