jueves, 26 de mayo de 2011

Predicamos para hacer la diferencia

Nuestras poblaciones crecen por arriba del 2.5% anual. Pero sin oferta de empleo, sin condiciones adecuadas para invertir y producir, sin educación formal y sin oportunidades, la pobreza reina en nuestro medio. Es pobreza mental, moral, espiritual y desde luego, material. La Iglesia que predica y enseña, ¿puede hacer que su mensaje cambie en alguna medida todas estas expresiones de la pobreza? Me parece que puede contribuir y que debe hacerlo.
¿Cómo le predicamos a una población plagada de pobres que apenas leen, escriben y piensan? En esas circunstancias, como en el siglo XIX, la Iglesia es la seguridad social, el hospital y la escuela de los pobres. Qué enorme responsabilidad tienen los pastores de educar a través de sus sermones. Más del 70% de la población vive en pobreza. Pero educar no es sólo enseñar a leer y escribir, es también formar una conciencia de superación de la pobreza desde el púlpito.
El mensaje que educa es primero un mensaje teológico. Eso significa que presentamos a Dios como primera y máxima realidad. Pero también, explicamos que el bien y el mal en la Biblia no son conceptos religiosos solamente. Tienen una dimensión práctica. El mal es todo aquello que hacemos en menoscabo del prójimo; el bien es todo aquello que ennoblece y protege al prójimo. De donde, la gran contribución “social” de la Biblia es enseñarnos el infinito valor de la persona humana, creada a la Imagen de Dios. Explicar eso es parte de nuestro mensaje teológico.
El mensaje que educa motiva al cambio. Sugiere que el cambio moral apoya el progreso personal. La persona debe aprender a leer, los niños se educan, el trabajo es bueno, pensar ennoblece a las personas, tener sensibilidad jurídica mejora a los pueblos; salir de la pobreza es posible y debe intentarse emprendiendo cosas nuevas. La pobreza no es un castigo de Dios, es nuestra responsabilidad superarla. Las naciones tienen leyes, ideas, instituciones y actitudes empobrecedoras y todas ellas debemos cuestionarlas y cambiarlas desde el ángulo teológico. Somos solidarios con los pobres pero no nos complacemos en la pobreza.
El mensaje que educa es un mensaje que hace a la gente pensar. Para ello se requiere que el pastor también se informe, lea y reflexione. Hacer pensar es analizar la pertinencia de los dilemas de la vida. Es cuestionar los mitos que la Iglesia ha comprado. Es desafiar las ideas que son comúnmente aceptadas en la sociedad, todo ello a la luz del evangelio.
El mensaje que educa se explica en términos que la gente puede entender. Las herramientas de la educación son las palabras. No debemos usar vocabulario elevado sin explicarlo. A veces el único diccionario que la gente jamás consultará será la explicación que el pastor hace. Por eso debemos enseñar la Biblia y aprovechar en ese afán, enseñar vocabulario, si no como fin en si, si como resultado de nuestra instrucción. Las personas que tienen más palabras y las utilizan piensan mas claro.
El mensaje que educa motiva a la gente a emprender. No solo les enseñamos a pensar, también a emprender. No se trata de sugerir como exigir derechos, más bien de animarles a ser responsables. También enseñamos a crear una familia y a vertebrar la vida moral de los hijos e hijas. Sin enseñanza moral, los hijos están aprendiendo indiferencia a Dios. Han de aprender con el ejemplo, a valerse por si mismos y a educarse para servir a Dios.

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